Cinco cualidades de las ideas de predicación más fuertes
¿Cuál es el propósito de «la idea principal»? En otras palabras, ¿por qué poner sangre, sudor y lágrimas en el desarrollo de la mejor idea posible?
Primero, necesito dejar claro a qué me refiero cuando hablo de una idea principal. Estoy hablando de la idea principal del sermón, de la propuesta del sermón, del principio básico que se intenta comunicar. La razón de que «la idea principal» se haya hecho popular como medio para hablar de ello es porque cuando estaba intentando establecerla en la mente de mis alumnos yo decía «¿Cuál es la idea principal?» Era una expresión informal, pero estaba intentando que quedara grabada en sus mentes. Lo hice bien porque así es como la denomina ahora la gente.
Un sermón contiene muchas ideas, pero todas deberían surgir de la idea clave del sermón. Esto no es una novedad mía. Si volvemos la vista a Aristóteles, Platón y Cicerón, encontraremos que ya hablaban de tener una proposición principal en torno a la cual desarrollar el discurso. A menudo esto se pierde en los sermones. Así que cuando hablo de la idea principal, hablo de un factor organizativo. Tomar todas las partes de un sermón y unirlas en un todo, y ese todo es la idea central —la idea principal— del sermón. Así que un propósito de la idea principal es que organicemos el sermón en torno a ella.
Un sermón contiene muchas ideas, pero todas deberían surgir de la idea clave del sermón.
Un segundo propósito es querer dejar algo duradero en la mente de la congregación cuando termina el sermón. Lo cierto es que, la gente no recuerda los bosquejos. Puede que nunca más se vuelva a referir a ellos. No conozco a nadie que se haya acercado a Dios por medio de un bosquejo del libro de Gálatas. La gente sí vive y muere por una idea, por alguna gran verdad que les haya cautivado.
No puedo esperar que todas las congregaciones vayan a recordar todas las ideas que trato de comunicar, pero hay mayor posibilidad de que se lleven algo con ellos y lo recuerden una semana o dos, o incluso un mes o dos después si puedo imprimir en sus mentes esa idea central. El resto del sermón es como el andamio: es importante, pero lo más importante es que la gente capte una idea, o que una idea les capte a ellos de tal forma que determine algún aspecto de su forma de responder ante la vida.
Características de la idea principal
Hay cinco características de una idea central poderosa.
(1) La idea tiene que ser lo suficientemente estrecha como para ser aguda. Tiene que ser lo suficientemente estrecha como para que se meta bajo tu piel de predicador. Es una respuesta clara a la cuestión: ¿De qué estoy hablando exactamente? Si tienes una idea vaga, si es demasiado amplia, demasiado general, demasiado abstracta, no te ayuda en absoluto. Pero cuando tienes una idea lo suficientemente definida como para que se te meta en el corazón, eso es importante.
Por ejemplo, un colega mío de Gordon-Conwell, Peter Kuzmic, estaba hablando sobre la esperanza, y tomó una idea de Agustín. Dijo: «La esperanza tiene dos hermanas: enojo y valor; enojo ante cómo son las cosas y valor para intentar cambiarlas». Esa es una gran idea. La escuché hace varias semanas y todavía la recuerdo. Y cuanto más pienso en ella, más me impacta.
Otra idea sobre la esperanza: «Esperanza es escuchar la música del futuro, y fe es tener el valor de bailar a su son». Esa también es una idea: la relación entre fe y esperanza. Podrías exponerla de muchas maneras aburridas. Podrías decir: «La esperanza nos ayuda a pensar en el futuro y la fe es vivir a la luz de ese pensamiento». Pero no tiene el poder de: «Esperanza es escuchar la música del futuro, y fe es tener el valor de bailar a su son». Esta versión te impacta.
(2) La siguiente característica de una idea poderosa es que tenga fuerza expansiva. Es como la levadura en la masa; fermenta. A menudo cuando empiezas, te preguntas si tendrás suficiente para llenar treinta minutos. Pero cuando te haces con una idea, o una idea te atrapa, te preguntas si podrás expresarla en treinta minutos. Si preguntas: «¿Qué hay que decir sobre esta idea? ¿Qué tengo que decir para comunicarla? ¿Qué significa realmente?», descubrirás que tiene una fuerza poderosa. Está pidiendo a gritos ser desarrollada.
(3) Una tercera característica de una buena idea es que sea verdad. No estoy hablando de que sea verdad porque está en la Biblia y nosotros creemos que las Escrituras son verdad. Hablo de una verdad que sientes en lo más profundo de ti. Si una idea te atrapa y sientes que es verdad, crea pasión en ti. El ingrediente más importante para una predicación efectiva es la pasión. No es el entusiasmo, no es el estruendo; es la sensación de que es algo que importa. Cuando sientes que es verdadero para la vida, es verdadero para Dios, es verdadero para mi experiencia, es verdadero en la parte fundamental de la vida, entonces eso te permite trabajar en un sermón y dar lo mejor de ti y darle tiempo. Cuando sientes que es verdad, merece la pena prepararlo y predicarlo.
(4) La siguiente gran idea surge de la tercera: debería rellenarse con realidades de la vida. Algunas predicaciones explican doctrina. Esto es importante, pero la audiencia se queda sentada preguntándose «¿Y qué?» Si la teología no explica la vida, probablemente no merezca la pena el tiempo que se tarda en estudiarla o prepararla. La teología no es algo abstracto que escribimos en una pizarra en un seminario para mirar y discutir sobre ello. La teología de verdad trata de cómo Dios se cruza en nuestras vidas y cómo resulta la vida cuando tomamos en serio el hecho de que el Dios de la Biblia está realmente allí. Así que una buena idea se llena de realidades de la vida. Se preocupa de los problemas universales y profundos. Batalla con cuestiones como la vida y la muerte, el valor y el miedo, el amor y el odio, la confianza y la duda, la culpabilidad y el perdón, el dolor y el gozo, las emociones desagradables de vergüenza y remordimiento, y las grandes emociones como la compasión y la esperanza.
Tienes una gran idea cuando te lleva hasta la cruz, cuando es verdad en tu alma y la gente lo siente así. Los sermones triviales intentan acercarse al borde y hablan de alguna doctrina esotérica, pero los grandes sermones vuelven al centro mismo, a los grandes problemas fundamentales, donde la gente vive, ama y sufre; el tipo de asuntos de los que habla la Biblia.
(5) Esto me lleva a la quinta característica de un gran sermón: que sea fiel a la Palabra de Dios. Las primeras cuatro características son ciertas para cualquier idea, pero lo fundamental para una idea de un sermón es que sea fiel a las Escrituras, fiel a la Palabra de Dios. Como predicadores no somos simplemente filósofos. No somos oradores motivacionales. Somos gente a la que se le ha confiado la Palabra de Dios. Una de las grandes cosas sobre trabajar con las Escrituras es que es un libro que tiene grandes ideas, porque sus palabras reflejan la realidad de Dios y cómo Dios se relaciona con nosotros. Vamos a las Escrituras para recibir nuestras ideas.
Eso significa que cuando acudo a la Biblia, tengo que reconocer que es lo que es. Es un libro de ideas, no sólo un libro de palabras o frases o versículos aislados. Los escritores bíblicos estaban intentando transmitir unas ideas, y tengo que ver esto cuando acudo a un texto bíblico. Tengo que buscarlo, y no se encuentran ideas triviales en la Biblia. Cuanto más trabajas con las Escrituras, más reconoces que estás tratando con algo grande y profundo.
Hace años mi hijo había salido del seminario y yo estaba bromeando con él. Le dije: «Torey, tienes veintipocos años. ¿Qué tiene que decirle un chico como tú a alguien como yo?» Se puso serio y me contestó: «Papá, por eso tengo que ser predicador de la Biblia. Francamente, no he vivido lo suficiente para pensar con profundidad y fuerza en las cosas. Pero los que escribieron la Biblia sí. Y si puedo entender la verdad de la Biblia y la predico, tendré más sabiduría que la que corresponde a mi edad». Y luego añadió con un guiño: «Y dicho sea de paso, más que la que corresponde a la tuya también».
Desarrollar la idea principal
Debemos seguir un proceso exegético y homilético para llegar al momento de escribir la idea principal. Primero, la idea exegética es lo que el escritor bíblico le estaba diciendo a los lectores bíblicos. La Biblia no puede significar lo que no ha significado. Así que una de las cosas que tengo que preguntar es: cuando el autor de Génesis estaba escribiendo su historia ¿qué estaba intentando decirle a la gente que leía el relato? ¿Qué estaba intentando decirle Pablo a la gente de la ciudad de Colosas cuando escribió la epístola a los Colosenses? Esa es la idea exegética.
Puede parecer obvio cuando digo que se buscan ideas al estudiar la Biblia, pero cuando pasé por el seminario no capte eso. Seguro que había profesores que lo decían, pero yo simplemente no lo capté. Así que cuando salí del seminario, no sabía cuándo dejar de estudiar, porque no sabía lo que estaba buscando. Sabía analizar verbos, declinar nombres, analizar frases. Pero no sabía cuándo había terminado, porque no sabía que estaba buscando ideas.
La idea homilética es la idea de las Escrituras a la que doy forma y parafraseo para una audiencia del siglo veintiuno. O sea, si alguien llega a mi estudio, ¿cómo le expreso ese concepto a la persona que está sentada al otro lado de la mesa? La idea homilética se basa en el trabajo que haces en la exégesis, pero no has predicado si dejas a la gente en el pasado, dos mil años atrás. La idea homilética es tomar esta gran verdad de las Escrituras y exponerla de una manera que la gente de hoy día pueda escucharla.
Un reto para entender y comunicar la idea central del texto es trabajar la exégesis para conseguirlo. A menudo termino la exégesis con muchas partes. Pero tengo que volver a la síntesis para unirlo todo. En cierta manera, cuando estudio es como un reloj de arena. Está la parte de arriba del reloj, en la cual leo el texto, normalmente en distintas versiones. Después utilizo los comentarios y cualquier otra cosa que tengo a mano para observar los detalles del texto. Finalmente vuelvo al conjunto y lo uno todo en una idea exegética fuerte.
Muchos de los comentarios explican las particularidades pero no las generalidades. O sea, te hablan de las palabras y de las frases individualmente, pero no trazan el argumento del pasaje. Así que un reto que tengo es poder decir: esto es de lo que habla el escritor bíblico. Hay dos partes en esto.
La primera parte de este reto es preguntar: ¿Qué está diciendo el autor? Esto debe ser una idea completa; no puede ser una sola palabra. A esto lo denominamos sujeto, y el sujeto es la respuesta a la pregunta: ¿De qué está hablando el autor? Se puede establecer el sujeto en forma de pregunta. O sea, no se puede predicar un sermón sobre el perdón. Se puede predicar un sermón sobre ¿Por qué debería perdonar? o sobre ¿Cómo podemos hacer para perdonar a otros? o ¿Cuándo deberíamos perdonar? ¿Deberíamos perdonar inmediatamente? ¿Deberíamos hacerlo cuando la otra persona se disculpe o se arrepienta? ¿A quién deberíamos perdonar? Una de esas preguntas predominará y tienes que pensar en ello: ¿A dónde quiere llegar el escritor bíblico? ¿De qué está hablando?
Muchos de los comentarios explican las particularidades pero no las generalidades. O sea, te hablan de las palabras y de las frases individualmente, pero no trazan el argumento del pasaje.
La segunda parte de este reto es lo que llamamos complemento. Completa al sujeto y responde a la cuestión: ¿Qué está diciendo el autor sobre el tema del que está hablando? Si el sujeto es una pregunta, el complemento es la respuesta a esa pregunta, y los dos juntos se convierten en la idea. Así que una tarea que tengo que realizar es la de capturar esto, darle el sentido que yo entiendo al texto y la idea principal que el escritor bíblico está intentando comunicar.
El segundo reto importante que tengo es preguntar: Tengo esta idea bíblica, ¿cómo se aplica a la vida? Por ejemplo, el libro de Levítico nos cuenta cómo ofrecer una ofrenda de holocausto. Probablemente podría resumir en un complemento cómo ofrecer una ofrenda de holocausto. Pero una vez hecho esto, la cuestión es: ¿Qué tiene esto que ver con la gente del siglo veintiuno? Nadie va a llegar a tu estudio para decirte: «Tengo interés en ofrecerle una ofrenda de holocausto a Dios, ¿me puede decir que tengo que hacer para realizarlo?» No es muy difícil de entender Levítico, pero es difícil entender cómo se puede aplicar este pasaje a la gente de hoy día. A veces cruzar el puente entre el mundo antiguo y el moderno es un proceso difícil.
Un tercer reto contra el que tengo que luchar a la hora de trabajar un texto es comunicarlo en términos modernos, de forma que la gente pueda entenderlo. Por ejemplo, supongamos que se está predicando sobre el bautismo del Espíritu Santo. Para establecer un principio teológico sobre ello se podría decir: “El bautismo del Espíritu Santo es el acto del Espíritu Santo sobre los convertidos que nos introduce en la iglesia, a la que los escritores bíblicos llaman el cuerpo de Cristo, y nos ofrece una relación con todos los demás cristianos y con Jesucristo, que es la cabeza». Esto es teológicamente correcto, pero nadie será capaz de asumir esa idea y llevársela a casa. Es demasiado larga, demasiado vaga. Incluso después de explicarla a la gente le resultará difícil recordarla.
Si el sujeto es una pregunta, el complemento es la respuesta a esa pregunta, y los dos juntos se convierten en la idea.
Podemos decidir aplicarla a la audiencia y decir: «El bautismo del Espíritu Santo es la obra que el Espíritu Santo hizo por ti al introducirte en la iglesia y permitir que te relacionaras con los demás cristianos y con Jesucristo mismo». Esto está un poco mejor, porque al menos se le está hablando a la gente que tenemos delante sobre ellos.
Pero podríamos trabajar en las implicaciones de esto y decir: «El bautismo del Espíritu Santo significa que si perteneces a Jesucristo, perteneces a todos los que pertenecen a Jesucristo». Esa idea es mejor. Se queda dentro de uno. Siento que tiene grandes implicaciones. Hay mucho que decir al respecto. Hay una gran verdad. Y en lugar de edificar muros entre los demás cristianos y yo, nos muestra una manera de derribar esos muros. Pero solo cuando la expongo así siento de verdad que es algo que merece ser predicado.
No surge con facilidad. Y algunos domingos ni aparece. Pero esas son las cosas con las que tengo que luchar para conseguir una idea central fuerte que sirva de compás vibrante del sermón.
Buenas ideas y grandes ideas
Hay muchas ideas en la Biblia, sin embargo no todas son igualmente grandes. Hay ideas importantes. Probablemente hay sólo ocho o nueve grandes ideas en las Escrituras. Aparecen una y otra vez en diferentes formas y maneras.
Por ejemplo, una gran idea de la Biblia es que el justo por su fe vivirá. La vemos en Habacuc. La vemos tres veces en el Nuevo Testamento. Es una gran idea central. Es abstracta. El justo por su fe vivirá. No vivirá por sus experiencias. No vivirá por lo que vea. Vivirá por su fe. El justo vivirá por la fe con la que llegó a Jesucristo. Nos hacemos cristianos poniendo nuestra fe en Cristo. A menudo pasamos por alto el hecho de que después de convertirnos en cristianos vivimos por la fe. Es el argumento del libro de Gálatas. En última instancia, cuando veamos a Cristo, le veremos gracias a nuestra fe. Es un gran principio de las Escrituras, y es una gran idea porque capta mucho.
No todas las ideas de sermón pueden ser una gran idea, pero hay muchas buenas ideas. No son tan importantes, pero a menudo es el material del que están hechos nuestros sermones. Y muy a menudo puedes marcarte un buen tanto con una buena declaración de una gran verdad, pero la diferencia entre una buena idea y una gran idea tiene que ver con la magnitud de lo que trata la idea.
Una vez que tenemos una gran idea principal, necesitamos utilizarla para el mayor beneficio del sermón. Debe convertirse en el principio organizativo del sermón. Ya desarrollemos el sermón de forma deductiva, estableciendo la idea y luego cuestionándola, o de forma inductiva, descubriendo la idea, ésta es el centro organizativo del sermón. Todo nos lleva a ella, o se desarrolla en torno a ella.
Hay que decirla varias veces. Incluso cuando la anticipemos y la pongamos en la conclusión, hay que expresarla una y otra vez. Y para expresarla otra vez normalmente se hace con otras palabras. Pero luego se vuelve y se repite de nuevo. En los sermones que he predicado con más eficacia, he expresado la idea central cinco, seis, siete veces. El predicador habilidoso repite la idea a veces mediante ilustraciones y otras citando un himno. Queremos que llegue a su destino. Es lo que la congregación va a recordar. La gente no recordará algo si se dice sólo una vez. Si no se dice al menos tres o cuatro veces, no lo captarán.
En los sermones que he predicado con más eficacia, he expresado la idea central cinco, seis, siete veces…. La gente no recordará algo si se dice sólo una vez. Si no se dice al menos tres o cuatro veces, no lo captarán.
Ha habido veces en las que he machacado mucho la idea. Y digo mucho, mucho. Y en la comida, le digo a mi familia o a amigos de confianza: «Por curiosidad, si tuvierais que resumir lo que he dicho en el sermón, ¿cómo lo haríais?» Algunas veces aciertan. Si es una frase memorable, a veces la recuerdan. Muchas veces han captado el rumbo del sermón, pero de una manera precaria o vaga. He aprendido que si no subrayo la idea, si no me tomo el tiempo necesario para desarrollarla, si no repito la idea una y otra vez de manera diferente en distintas partes del sermón, la gente no la capta. Es impresionante la poca gente que se acuerda del sermón un día o dos después. La manera de conseguir el máximo beneficio de la idea principal es exponerla, explicarla, probarla, aplicarla y mostrar a la gente dónde está en el texto bíblico, pero siempre hay que tratar de que ellos la recuerden.
Robinson, H. W., & Larson, C. B. (2005). The Art and Craft of Biblical Preaching: A Comprehensive Resource for Today’s Communicators (1st ed.) (353–357). Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House.
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