Entendemos que el texto bíblico expresa la mismísima revelación y voluntad de Dios. De ahí que la estudiamos y predicamos.
Con todo, no sé cuántas veces he presenciado predicaciones en las que la autoridad, importancia y relevancia del pasaje a predicar para nada sería evidente de la forma en la que se da lectura al texto en sí. Seguro lo has visto también.
- Se lee el texto en una voz monótona, como si se tratara de un cadáver a diseccionar.
- Se le pide espontáneamente a algún miembro de la congregación que lea el pasaje y lo hace de la mejor manera que puede, pero tropezando sobre palabras y nombres porque no estaba preparado para ello.
- Se hace una lectura aislada, «en frío,» del texto en un momento del culto anterior a la predicación porque «hay que leer el pasaje,» pero sin que se sepa por qué este pasaje puede ser de relevancia hoy.
Cada uno de estos ejemplos representa una oportunidad desperdiciada. En lugar de resaltar la importancia del texto, sin querer, acabamos mermando, no sólo su importancia, pero su autoridad e interés, también. ¡Una verdadera pena!
Este triste fenómeno me chocó de manera especial hace unos días al evaluar, uno tras otro, todas las predicaciones de mis alumnos en mi clase online de predicación para la EET (Escuela Evangélica de Teología de la FIEIDE). Al redactar mis comentarios a cada estudiante, me di cuenta que en cada caso menos uno, me veía repitiendo alguna variante de la misma reflexión: «Podrías haber leído el pasaje de una manera más interesante…»
Unos días después, debido a esta experiencia me llamó la atención un apéndice sobre la lectura de las escrituras que Bryan Chapell incluye al final de su libro, Christ-Centered Preaching (Predicación cristocéntrica). En ese apéndice, su primera oración me resultó ser la respuesta al por qué es tan triste el hecho de que comunmente se lea tan mal el texto bíblico a exponer. Dice, «La primera exposición de un texto es la lectura de las Escrituras.»
Y pensé, ¡esa es la clave! La lectura del texto es su primera exposición. Queremos exponer con dinamismo y autoridad la revelación sagrada, pero nuestra primera exposición (la lectura del texto), hace todo lo contrario.
Chapell continua, y lo cito, porque lo dice muy bien, «La manera en que un predicador enfatiza las palabras, caracteriza el diálogo, y sujeta la Biblia comunica significado. La inflexión de un predicador puede exaltar las acciones de un personaje bíblico, mientras que el tono de otro predicador al leer las mismas palabras puede mofarse de esas acciones. La lectura oral requiere y expresa interpretación. Por tanto, el expositor que pone un texto ante una congregación debe preparar y presentar la lectura de la Escritura con la misma responsabilidad que cualquier otra parte del sermón*.»
[quote style=»boxed» float=»right»]La primera exposición de un texto es la lectura de las Escrituras. – Bryan Chapell[/quote]
Realmente ¡un párrafo sin desperdicio! Nuestra manera de leer comunica significado… expresa una interpretación… por lo tanto, se debe preparar la lectura con responsabilidad. ¿Lo has pensado de esa manera? Si le pides a un miembro de la congregación que lea el pasaje, ¿le transmites esa visión de su tarea?
Chapell termina su breve apéndice con varias pautas para la buena lectura pública del texto que resumiré a continuación. Piensa sobre estos puntos al preparar tu próxima predicación.
- Lee con sentido. ¡Que tu voz exprese las ideas que el autor bíblico quería transmitir!
- Lee con expectación. Si de verdad crees que se trata de la Espada del Espíritu, lee de tal manera que quede claro que esperas que Dios la use.
- Lee con naturalidad. No uses un tono artificial o «espiritual».
- Resalta elementos enfáticos. La mejor manera de dar vida a tu voz y al texto es enfatizando las palabras y las frases que llevan los énfasis del autor.
- Mantén unidas las unidades de pensamiento. Ni respirar en medio de una idea, ni seguir de prisa entre una idea y otra sin pausa es recomendable.
- Prepara de antemano. De esta manera evitas tropezar sobre frases complicadas o palabras poco comunes (como nombres hebreos, por ejemplo).
- Mantén contacto visual. Aunque estés leyendo, un porcentaje de la congregación probablemente no se esté fijando en sus Biblias. Conectar visualmente con ellos de tanto en tanto mientras lees, les mantendrá implicados en la lectura.
- Predica con la Biblia abierta. Transmite la verdad de que la autoridad de Dios está en el texto.
Leer bien el texto bíblico puede ayudar a que el oyente escuche la voz de Dios de una manera fresca. También puede preparar al oyente para la exposición posterior. De ahí que la lectura del pasaje debe tomarse en serio.
Una lectura pobre del pasaje puede debilitar el resto del sermón. Por lo contrario, una lectura poderosa puede dar tal impulso a la predicación que no sorprendería en absoluto que la Palabra viva penetre hasta partir el alma y el espíritu (Hebreos 4:12).
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* Bryan Chapell, Christ-centered preaching: redeeming the expository sermon, Second Edition (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2005), p. 372.