Panorámica 9. Lo prioritario en la etapa homilética (texto)
Lo prioritario en la etapa homilética es hacer posible en el púlpito una expresión clara y memorable del significado del texto bíblico. De ahí que la pregunta clave para esta disciplina sea: ¿Cómo lo presento?
Quizás sobra señalarlo, pero esta es la tercera etapa del proceso. Si no hemos trabajado adecuadamente la materia prima en la primera etapa y refinado lo conseguido durante la segunda etapa, lo que tendremos entre manos para moldear en la tercera etapa nos obligará a un presentación muy por debajo del texto bíblico que pretendemos exponer. De ahí que insistimos en que será imposible realizar la disciplina homilética al mejor nivel si no hemos realizado bien – antes – las disciplinas exegéticas y hermenéuticas.
En cambio, si hemos hecho bien nuestro trabajo hasta aquí, no llegamos a este punto del proceso con las manos vacías. Tenemos mucho con qué trabajar, cosa que no sólo nos ayudará a hacerlo mejor, sino más rápido también. Todo nuestro estudio previo del libro bíblico en su conjunto, nuestra exégesis detallada del pasaje y posterior interpretación de su significado, ha hecho posible que nuestro trabajo netamente homilético se pueda realizar con integridad.
Entonces, ¿cuáles son los objetivos expresamente homiléticos que nos toca marcar para esta etapa del proceso semanal?
- Viernes: Bosquejo. Aquí hay que preguntarse por los resultados que uno quiere conseguir, y la mejor manera de lograrlo en función de las conclusiones interpretativas a las que llegó en la etapa anterior. Por consiguiente, el objetivo que nos marcaremos será: «Determinar el propósito del sermón y desarrollar los puntos principales de un bosquejo que transmita el pensamiento original.»
- Sábado: Manuscrito. Dependiendo del tiempo del que dispongas, y de si predicas más o menos extemporáneamente, debes completar el bosquejo para que el esqueleto tenga carne y piel. El objetivo del día: «Rellenar el bosquejo con introducción, conclusión, párrafos completos e ilustraciones.»
- Domingo: Sermón. ¿El objetivo? «¡Predicar el mensaje con toda la autoridad propia del texto bíblico!»
Una vez más nos debemos preguntar por las metas definidas que darán sustancia a estos objetivos. En la recta final no nos valen unos objetivos románticos generales. Necesitamos metas precisas porque ir incluso un poco desviados, a estas alturas, puede resultar en un desperdicio de todo el trabajo anterior y metafóricamente hablando, ¡Nos perdemos la luna!
- Viernes: Bosquejo. Si el objetivo del día es: «Determinar el propósito del sermón y desarrollar los puntos principales de un bosquejo que transmita el pensamiento original,» ¿cómo sabrás cuándo lo has conseguido? Puedes fijar una meta como la siguiente: «Tener escrito el propósito del sermón, junto con un borrador del bosquejo homilético.» ¿Tienes ese propósito escrito? ¿Tienes en mano un bosquejo que cumple con ese propósito? ¡Perfecto! Has alcanzado la meta y cumplido con el objetivo del día.
- Sábado: Manuscrito. Si el objetivo del día es: «Rellenar el bosquejo con introducción, conclusión, párrafos completos e ilustraciones,» ¿cómo sabrás que lo has conseguido? Nuevamente, puedes fijar una meta medible. Por ejemplo, la que sugerimos en nuestros artículos y tutoriales: «Haber completado el bosquejo o manuscrito completo que piensas usar al predicar.» Claro, esta meta casi se auto-exige, debido a que ya es sábado y la hora de predicar el domingo está muy próxima. En cierto sentido, esta es la meta que siempre se consigue en algún sentido, debido a que ¡algo hay que tener preparado! El asunto, más bien, es si preparas un manuscrito (o bosquejo completo, según cómo prediques) que haga honor al texto, recoja el fruto de tu trabajo y resalte la grandeza de Cristo a los ojos de todos los que mañana te oigan.
- Domingo: Sermón. El objetivo es: «¡Predicar el mensaje con toda la autoridad propia del texto bíblico!» ¿Cómo sabrás que realmente estás listo para ello? Acláralo con una meta precisa. Por ejemplo, en mi caso, mi rutina matinal del domingo normalmente incluye tres actividades que me acercan mucho a la consecución de este objetivo. Por consiguiente, mi meta ampliada es: «Llegar al púlpito enteramente preparado y relajado, pero con la intensidad que le corresponde a alguien que trae un mensaje de Dios y quiere ver a las personas tocadas por ese mensaje, al haber dejado listo el manuscrito definitivo que llevaré al púlpito, haber ensayado un par de veces para conseguir fluidez y naturalidad, y haber hecho un último repaso del manuscrito, orándolo al Señor como una ofrenda, pidiéndole que, punto por punto, le plazca hablarle a la gente por medio de esta predicación.»
Para mí este siempre es uno de esos momentos sagrados en el que después de tanto sudar el sermón, me doy cuenta nuevamente que yo sólo soy el portavoz y que por más que haya preparado una predicación exquisita a nivel humano de investigación, estructura y expresión, no conseguiré nada si Dios no escoge usarla.
Sí, la predicación es investigación y redacción. La predicación es arte e interpretación. Pero sobre todo es ministerio. Ministerio en nombre de un Dios que se ha comunicado en persona y palabra, y que quiere que su mensaje llegue a las personas con toda su autoridad y amor.
Y precisamente porque el nuestro es un cometido de tanta dignidad y transcendencia debemos esforzarnos con el máximo esmero en las tres disciplinas. Las predicaciones que enaltecen a Dios e impactan a la gente no suelen ser las que se preparan de cualquier manera. Son las que se preparan con la entrega comprometida de quienes procuran con diligencia presentarse a Dios aprobado, como obreros que no tienen de qué avergonzarse, que manejan con precisión la palabra de verdad. (2 Tim. 2:15)