Tarea V3: Convertir el bosquejo exegético en una trama homilética
Esencia de la tarea
Convertir el bosquejo exegético en un bosquejo homilético cautivador que retenga la esencia del mensaje original a la vez que lo presenta de una manera contextualizada que consigue los propósitos establecidos.
Descripción detallada
Habiendo establecido el propósito del sermón en la tarea anterior, ya tenemos todos los componentes necesarios para comenzar a dar estructura a nuestra predicación. Por consiguiente, en esta tarea queremos comenzar a plasmar, de manera preliminar, todos los puntos principales que van a formar el esqueleto de nuestro sermón.
Afortunadamente, ya contamos con varios trabajos hechos que nos ayudarán mucho en esto. Ya tenemos una idea exegética y homilética. Ya tenemos un bosquejo exegético. Ya tenemos interpretaciones aplicadas de cada afirmación importante en el texto. Con todo esto en mano, necesitamos redactar la estructura básica de nuestro sermón pensando en la mejor manera de hacerlo para que consiga el propósito o los propósitos marcados en la tarea anterior.
He descubierto que modificar el bosquejo en función de los valores de un «guión» homilético puede ser de inmenso valor a la hora de predicar un sermón que realmente capte la atención del oyente y le retenga firmemente interesado en la exposición hasta el momento final. Para conseguirlo, hay que redactar el bosquejo final del sermón más como un guionista que como un filósofo.1
La esencia de esta parte de la tarea la saqué de un pequeño libro de Eugene L. Lowry que se titula The Homiletical Plot (“La trama homilética”). Lowry argumenta que las estructuras homiléticas con las que muchos de nosotros trabajamos dan demasiado peso a los elementos lógicos y un peso insuficiente a las dinámicas de comunicación. Pregunta: “¿Imagina lo que hubiera sido la historia del Hijo pródigo si Jesús hubiese organizado su mensaje en base a sus ingredientes lógicos en vez de al viaje del hijo?” (p. 12).
Alguno dirá: “Sí, pero la parábola del Hijo pródigo es una historia. Organizarla como un tratado filosófico la hubiese arruinado.” Ese es el punto.
Sin embargo, de ahí no quiero argumentar, ni mucho menos, que todo sermón se tenga que convertir en una historia. ¡Para nada! Más bien, quiero argumentar que para que un sermón capte y mantenga la atención del oyente debe tener los componentes que hacen que una historia funcione. A saber, un asunto a resolver y un desenlace que no llega hasta el final. Es justo en eso en lo que Lowry me ha sido de tanta ayuda. Él habla de crear “tensión homilética”, y mantener esa tensión homilética hasta el final del sermón. Comenta: “Desafortunadamente, nos han enseñado a comenzar nuestras predicaciones delatando la trama…” (p. 34). Que el predicador tenga sumamente claro su idea principal ¡no significa que la tenga que decir en la introducción!
Para hacer
En esencia, la primera parte de esta tarea tiene que ver con «traducir» el bosquejo exegético para una audiencia contemporánea, en función de todo lo concluido a nivel de «interpretación» y «propósito» en las tareas anteriores. Por lo tanto, es enteramente posible fijarse sobre el bosquejo exegético que has redactado y de manera más o menos intuitiva «sacar» un bosquejo homilético que «diga lo mismo» de forma contextualizada y «predicable».
Detallado, estos pasos podrían describirse como a continuación…
- Retomar la idea exegética junto con el bosquejo exegético.
- Analizar estos en función de la idea homilética y las interpretaciones aplicadas.
- Redactar un bosquejo homilético que transmita el mismo mensaje que el original, pero a una audiencia contemporánea con el fin de conseguir los propósitos establecidos.
Dedica unos minutos a trabajar con tu pasaje los puntos descritos arriba. Luego, aplica las ideas de Lowry para asegurar que tu bosquejo homilético sea lo más cautivador posible.
Lo bueno del libro de Lowry es que además de señalar la importancia de pensar en clave guionista, ofrece una estructura clara que le facilita al predicador un proceso para desarrollar un bosquejo que consiga mantener el interés del oyente. Habla de cinco fases, que detallamos a continuación.
- Fase 1: Desequilibrar – Hay que captar la atención del oyente. Esto lo sabe y lo comenta todo el mundo. Es lo que se comenta cada vez que se habla de una introducción, y generalmente se dice también que dispones de treinta segundos para conseguirlo. Sin embargo, muchos desperdiciamos estos treinta segundos con anuncios o reportajes sobre algún viaje o ministerio realizado durante la semana. No pensamos primero en la necesidad acuciante de despertar la inquietud de la persona que está sentada en el banco para que la Palabra Divina tenga la oportunidad de hablarle de un asunto de vital importancia en su vida. Y desgraciadamente, son demasiadas las ocasiones en que desperdiciamos esta ocasión por falta de preparación previa y ninguna otra razón. Pero el fallo más importante es el que tiene ver con el segundo aspecto.
- Fase 2: Ahondar en la discrepancia – Debemos transformar esa atención inicial en interés sostenido por la importancia del tema y por el deseo de descubrir el desenlace o la resolución del asunto. En este paso, es importante hacer un análisis esmerado del problema. Hay que evitar a toda costa un análisis superficial. Y para conseguir eso tienes que ir más allá de una descripción de los hechos, y explorar las causas. Lowry argumenta que, si se analiza insuficientemente o mal la discrepancia, perdemos credibilidad ante el oyente.
- Fase 3: Destapar la clave de la resolución – Piensa en un chiste. Te hace reír porque sale algo que no te habías esperado. Es un “reverso” de lo que es normal. La clave te pilla por sorpresa. Esto es lo que debería ocurrir en la predicación. Afortunadamente, según Lowry, esto no es tan difícil si entendemos que existe una discontinuidad entre lo que generalmente se considera “verídico” y lo que es “verídico según la óptica de Dios”.
- Fase 4: Experimentar el evangelio – En este paso tienes que recetar el remedio correspondiente para el descubrimiento que destapaste en el paso anterior.
- Fase 5: Anticipar las consecuencias – Haz que el oyente vea los resultados que se pueden esperar si alguien pone en práctica lo recetado en el cuarto paso. En esto, las historias verídicas de alguien que hizo lo que tú acabas de recomendar vienen muy bien. De hecho, creo que debemos convertirnos en expertos en buscar y guardar historias verídicas de personas que viven según las consecuencias del evangelio.
Visto esto, una advertencia de suma importancia, según mi parecer.
A tener en cuenta
Hay que tener cuidado de que estas cinco fases –por su utilidad homilética– no se conviertan en el bosquejo automático de cada semana. La fidelidad bíblica sigue obligando a que las demandas del texto estén por encima de cualquier otra consideración. Más bien, estas cinco fases deberían funcionar como una especie de “filtro” a través del cual examino la estructura que me sugiere la idea principal del pasaje y los propósitos que éste me fija.
Por consiguiente, a efectos prácticos, la pregunta que le hago a cada bosquejo que desarrollo es: “¿Debería matizar la organización o presentación de este bosquejo de alguna manera para que refleje mejor las intenciones de estas cinco fases?” De esta manera las fases sirven al texto y apoyan su desarrollo homilético sin forzar un desarrollo que aleja a la predicación del texto que inicialmente pretendía explicar.
Entendida esta advertencia, como mínimo, este concepto me resalta la imperiosa necesidad de no quitarle la «tensión homilética» al sermón por mi forma de organizar el bosquejo. De hecho, no me canso de decirle a todo predicador que me escuche, que esa famosa idea de (1) «decirle a la gente lo que les voy a decir», (2) «decirlo» y (3) «decirles lo que les acabo de decir» es una receta fatal que garantiza que nadie se vea obligado a prestar atención más allá del punto (1).
- (Nota: La mayor parte del contenido de esta tarea es una versión de lo que aparece en la segunda parte del artículo que escribí hace un tiempo titulado «Dos ideas determinantes para mis sermones.») ↩︎