Esencia de la tarea
Redactar la conclusión para que, en la recta final, la predicación consiga transmitir con suma claridad la idea principal del pasaje y cumpla con contundencia los propósitos establecidos para el sermón.
Descripción detallada
En la tarea anterior nos esforzamos en preparar al oyente para poder «disfrutar» del viaje homilético de la mejor manera posible. En esta tarea nos dedicaremos a ayudarle aprovechar lo aprendido y experimentado durante el viaje.
Valiéndonos de una metáfora bíblica, con nuestra conclusión queremos ayudar al oyente a no ser como aquella persona en la epístola de Santiago, que mirándose en el espejo, después se olvidó qué aspecto tenía (Santiago 1:22-25). Es más, según lo que indica ese mismo pasaje, queremos hacer lo posible por ayudar a nuestros oyentes no sólo a recordar lo que han oído, sino a ponerlo por obra también.
Para hacer
Según el pasaje a predicar y los propósitos establecidos para el sermón, cada conclusión tendrá su propio carácter. Aun así, normalmente habrá un par de elementos que puede venir muy bien incluirlos de alguna manera. Por ejemplo…
- Repasar los puntos principales.
- Recordar las interpretaciones aplicadas.
- Enfatizar la idea principal.
- Llegar a un punto culminante y de desenlace.
Este último punto nos devuelve a la idea del guión homilético de Lowrey. Si hemos sido capaces de mantener esa «tensión homilética» hasta muy cerca del final del sermón, habrá que ir incorporando, en la conclusión y justo antes, las últimas tres fases de su patrón. A saber, Fase 3: Destapar la clave de la resolución, Fase 4: Experimentar el evangelio, y Fase 5: Anticipar las consecuencias.
Retrasar estos tres elementos lo máximo posible es la razón principal por la que lo menciono en relación a la conclusión aunque no siempre tengan que estar en la conclusión, propiamente dicha. El asunto importante es no adelantar innecesariamente la resolución del tema, porque destapar el desenlace demasiado pronto hace que los oyentes ya pierdan interés en lo que todavía queda por decir.
Dicho eso, repito que ni siquiera este patrón, por muy útil que sea a nivel de atención y persuasión, lo usaría siempre. Nuevamente podemos volver a la idea de una cantera de patrones de conclusión, al igual que hicimos para las introducciones. Mucho de lo ideado allí también puede aplicarse aquí pero quizás también podemos pensar en algunas opciones adicionales.
- Retomar un asunto que se había dejado «colgando» en la introducción.
- Acabar con una sorpresa.
- Terminar correctamente un chiste que, intencionadamente, terminó mal en la introducción.
- Incluir unos momentos de reflexión y oración.
- Pedir que cada uno anote sobre un papel (o en su teléfono móvil) algo que sienten que el Señor quiere que hagan en respuesta a lo predicado.
- Un ejemplo personal en el que el mismo predicador tuvo que responder ante el mensaje del pasaje.
- Etc.
- Etc.
A tener en cuenta
Al igual que comenté para las introducciones, también es importante no acabar siempre los sermones de la misma manera. Por ejemplo, me acuerdo hace unos años oír predicar varios meses seguidos a un pastor que «siempre» acababa el sermón con la historia de conversión de una persona famosa. Después de varias semanas ya era predecible lo que iba a hacer, así que no sólo perdía impacto su conclusión, sino que uno comenzaba a preguntarse si toda perícopa bíblica realmente tenía eso como su aplicación principal. En consecuencia, este hombre sufría una pérdida de credibilidad. El oyente habitual tendría razón para preguntarse si el pastor realmente había hecho una exposición del texto bíblico de la mañana, o si simplemente había rellenado un patrón homilético que tenía con unas cuantas alusiones esporádicas al texto para que pareciera un estudio legítimo.
Si predicas con frecuencia para la misma audiencia, tus introducciones y conclusiones acabarán perdiendo algo de su valor si siempre repiten el mismo patrón. Una vez más, tener muy presente la idea principal del pasaje y esforzarse por conseguir los propósitos establecidos para el sermón ayudará mucho para librarnos de esa clase de monotonía. Es permitir que el pasaje gobierne en el momento culminante de la predicación.
Es más, insistir en la soberanía del pasaje también nos recuerda que detrás del pasaje está el Dios soberano que lo inspiró. Por consiguiente, nunca debemos perder de vista en nuestra conclusión (ni en ninguna otra parte del sermón) que, si hemos hecho nuestro trabajo bien, las conclusiones del sermón son nada menos que las conclusiones que Dios mismo quiere hacer llegar al oyente. Así que no tengamos miedo a concluir con toda la autoridad natural que el texto bíblico confiere. Si lo dice Dios, estamos autorizados para decirlo también, como sus heraldos. Eso sí, siempre que tengamos muy claros que el mensaje es de Dios, en última instancia, y no nuestro. Hay casos desafortunados en esta profesión, de predicadores que realmente no han llegado a entender la diferencia real entre la autoridad inherente de Dios y la autoridad delegada del predicador. ¡Qué Dios nos libre de ser contados entre ellos!