Esencia de la tarea
Si viene a cuento, modificar el primer bosquejo homilético en función de los valores de una trama / guión homilético.
Descripción detallada
Formalmente, esta tarea es «opcional». Es opcional debido principalmente a que es una segunda manera de trabajar el bosquejo homilético preparado en la tarea anterior. Si no llegas a realizar esta tarea, todavía tendrás un bosquejo homilético completamente funcional y listo para rellenar para la predicación. Además, no siempre será aconsejable aplicar las pautas que marca esta tarea.
Dicho eso, modificar el bosquejo en función de los valores de un «guión» homilético puede ser de inmenso valor a la hora de predicar un sermón que realmente capte la atención del oyente y le retenga firmemente interesado en la exposición hasta el momento final. Entendido así, esta tarea es una esfuerzo por asegurarte que todo el trabajo que has hecho tenga una máxima oportunidad de producir el fruto que deseas en la vida de tus oyentes. Con un poco de reflexión adicional, puedes hacer que tus sermones ganen mucho en dinamismo e impacto.*
De hecho, en mi experiencia, la presente tarea casi siempre tiene cabida (como mínimo) en algún nivel como una “super-estructura” para la estructura final que le doy a un sermón. Hay que redactar el bosquejo final del sermón más como un guionista que como un filósofo.
La esencia de esta tarea la saqué de un pequeño libro de Eugene L. Lowry que se titula The Homiletical Plot, (“La Trama Homilética”). Lowry argumenta que las estructuras homiléticas con las que muchos de nosotros trabajamos dan demasiado peso a los elementos lógicos y un peso insuficiente a las dinámicas de comunicación. Él pregunta, “¿Imagina lo que hubiera sido la historia del Hijo Pródigo si Jesús hubiese organizado su mensaje en base a sus ingredientes lógicos en vez de al viaje del hijo?” (p. 12).
Alguno dirá, “Sí, pero la parábola del Hijo Pródigo era una historia. Organizarla como un tratado filosófico la hubiese arruinado.” Ese es el punto.
Sin embargo, de ahí no quiero argumentar, ni mucho menos, que todo sermón se tenga que convertir en una historia. ¡Para nada! Más bien, quiero argumentar que para que un sermón capte y mantenga la atención del oyente debe tener los componentes que hacen que una historia funcione. A saber, un asunto a resolver y un desenlace que no llega hasta el final. Es justo en eso en lo que Lowry me ha sido de tanta ayuda. Él habla de crear “tensión homilética,” y mantener esa tensión homilética hasta el final del sermón. Comenta: “Desafortunadamente, nos han enseñado a comenzar nuestras predicaciones delatando la trama…” (34). Que el predicador tenga sumamente claro su idea principal ¡no significa que la tenga que decir en la introducción!
Para hacer
Lo bueno del libro de Lowry es que además de señalar la importancia de pensar en clave guionista, ofrece una estructura clara que le facilita al predicador el proceso de desarrollar un bosquejo que consiga mantener el interés del oyente. Habla de cinco fases, que detallamos a continuación. Cuando la presente tarea sugiere «modificar el primer bosquejo en función de un guión homilético», son precisamente estas cinco fases las que servirían de base para tal modificación.
- Fase 1: Desequilibrar – Hay que captar la atención del oyente. Esto lo sabe y lo comenta todo el mundo. Es lo que se comenta cada vez que se habla de una introducción, y generalmente se dice también que dispones de 30 segundos para conseguirlo. Sin embargo, muchos desperdiciamos estos 30 segundos con anuncios o reportajes sobre algún viaje o ministerio realizado durante la semana. No pensamos primero en la necesidad acuciante de despertar la inquietud de la persona que está sentada en el banco para que la Palabra Divina tenga la oportunidad de hablarle de un asunto de vital importancia en su vida. Y desgraciadamente, son demasiadas las ocasiones en que desperdiciamos esta ocasión por falta de preparación previa y ninguna otra razón. Pero el fallo más importante es el que tiene ver con el segundo aspecto.
- Fase 2: Ahondar en la discrepancia – Debemos transformar esa atención inicial en interés sostenido por la importancia del tema y por el deseo de descubrir el desenlace o la resolución del asunto. En este paso, es importante hacer un análisis esmerado del problema. Hay que evitar a toda costa un análisis superficial. Y para conseguir eso tienes que ir más allá de una descripción de los hechos, y explorar las causas. Lowry argumenta que si se analiza insuficientemente o mal la discrepancia, perdemos credibilidad ante el oyente.
- Fase 3: Destapar la clave de la resolución – Piensa en un chiste. Te hace reír porque sale algo que no te habías esperado. Es un “reverso” de lo que es normal. La clave te pilla por sorpresa. Esto es lo que debería ocurrir en la predicación. Afortunadamente, según Lowry, esto no es tan difícil si entendemos que existe una discontinuidad entre lo que generalmente se considera “verídico” y lo que es “verídico según la óptica de Dios”.
- Fase 4: Experimentar el evangelio – En este paso tienes que recetar el remedio correspondiente para el descubrimiento que destapaste en el paso anterior.
- Fase 5: Anticipar las consecuencias – Haz que el oyente vea los resultados que se pueden esperar si alguien pone en práctica lo recetado en el cuarto paso. En esto, las historias verídicas de alguien que hizo lo que tú acabas de recomendar vienen muy bien. De hecho, creo que debemos convertirnos en expertos en buscar y guardar historias verídicas de personas que viven según las consecuencias del evangelio.
Visto esto, una advertencia de suma importancia, según mi parecer.
A tener en cuenta
Hay que tener cuidado de que estas cinco fases – por su utilidad homilética – no se conviertan en el bosquejo automático de cada semana. La fidelidad bíblica sigue obligando a que las demandas del texto estén por encima de cualquier otra consideración. Más bien, estas cinco fases deberían funcionar como una especie de “filtro” a través del cual examino la estructura que me sugiere la idea principal del pasaje y los propósitos que éste me fija.
Por consiguiente, a efectos prácticos, la pregunta que le hago a cada bosquejo que desarrollo es: “¿Debería matizar la organización o presentación de este bosquejo de alguna manera para que refleje mejor las intenciones de estas cinco fases?” De esta manera las fases sirven al texto y apoyan su desarrollo homilético sin forzar un desarrollo que aleja a la predicación del texto que inicialmente pretendía explicar.
Entendida esta advertencia, cómo mínimo, este concepto me resalta la imperiosa necesidad de no quitarle la «tensión homilética» al sermón por mi forma de organizar el bosquejo. De hecho, no me canso de decirle a todo predicador que me escuche, que esa famosa idea de (1) «decirle a la gente lo que les voy a decir», (2) «decirlo», y (3) «decirles lo que les acabo de decir» es una receta fatal que garantiza que nadie se vea obligado a prestar atención más allá del (1).
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* (Nota: La mayor parte del contenido de esta tarea es una versión de lo que aparece en la segunda parte del artículo que escribí hace un tiempo titulado «Dos ideas determinantes para mis sermones.»)